19 de noviembre de 2007

Reflexiones ante un espejo (parte 1)



Partamos de un supuesto: El ser humano - junto a algunos otros primates - y los delfines, compartimos la rara capacidad de reconocernos en nuestros propios reflejos. Durante décadas, se han realizado experimentos diversos en busca de otras especies cuyos integrantes sean capaces de verse a sí mismos en las imágenes que proyectan los espejos que se colocan frente a ellos, y no a algún otro miembro de su propia especie. Algunos de estos experimentos han tenido éxito, y gracias a ellos hoy conocemos a una elefante hembra que "sabe" que es ella quien mueve rítmicamente la trompa delante de sus propios ojos, y un caballo que prefiere uno de sus perfiles más que el otro. Lo cierto es que, más allá de particularidades y datos anecdóticos - que por ello no dejan de ser fascinantes - los seres humanos poseemos una condición casi única en el mundo: La capacidad de reconocernos al mirarnos.

Podríamos cuestionarnos entonces sobre el real significado de la decisión de Némesis como castigo a Narciso, llevándolo a enamorarse de su propio reflejo, a tal punto de morir - literalmente - por él. ¿Cuál sería nuestra reacción ante nuestro reflejo si no fuésemos capaces de comprender que somos nosotros mismos? ¿Cuántos de nosotros nos gustaríamos, nos interesaríamos, desconfiaríamos, huiríamos, gritaríamos? ¿Cuántos de nosotros alejaríamos la mirada o esperaríamos que sea ese otro quien lo haga? Y al hacerlo al mismo tiempo ¿pensaremos que fue el otro quien perdió?

Es el espejo quien nos ayudará a generar esa primera imagen de nosotros, para luego poder dibujarnos de memoria. Y es el espejo a quien llegaremos a temerle. O más bien al reflejo que éste proyecte de nosotros. Conozco casas sin espejos. Y conozco espejos que favorecen a sus dueños (como espejos que estilizan la figura, o bien que se encuentran en zonas donde hay mucha o poca luz, dependiendo del caso). Tenemos el espejo eterno de la fotografía (y somos capaces de desechar 100 imágenes porque no son "fieles a nuestra real imagen") y el espejo farsante del vídeo (que engorda, ensombrece, arruga, entristece a quienes no se sienten conformes con su propia imagen); el espejo casual (la fachada brillante de un edificio, la superficie recién lustrada de un auto, la taza de acero inoxidable, e incluso la tapa de una olla) y el espejo demasiado intencionado de las carteras y el maquillaje.

Y así, podemos pasarnos la vida buscando la imagen que mejor justicia nos haga, pero ¿será cierta? O, para ser precisios, ¿será más cierta que la imagen que algún otro de la especie, que no se reconozca en nosotros y por tanto comprenda que no somos iguales, se haya formado de nosotros? No conozco casos de animales de otras especies que se hayan sentido inferiores, que se hayan deprimido o hayan decidido poner fin a sus existencias por encontrarse poco atractivos ante un espejo. No conzoco animales bulímicos. No conozco animales con fobia social por algún defecto físico. El motivo en el que quiero creer es sencillo: Porque su real espejo son los otros. Otros en los que nosotros, seres humanos ingenuamente considerados superiores, preferimos no creer, por múltiples razones, cada una de ellas más elaborada y convincente que la anterior, sin darnos cuenta que nuestros propios sentidos son quienes más disposición tienen a engañarnos a nosotros mismos.

Pero, aún sabiéndolo, ¿estamos realmente dispuestos a mirarnos en el espejo verdadero?