4 de septiembre de 2014

A merced

He cambiado el inicio de estas líneas más de una docena de veces. Y es que este breve e impreciso anecdotario queda corto para todo lo que podría decir al respecto. Podría ir hasta mi casette de La Más Más del '87 (canjeado con cojines de shampoo) y el Mix Soda, que escuché hasta que la cinta cedió al punto de convertirse en una versión más oscura y decadente de la ligereza de aquellos años. Podría remontarme a mis primeros meses de universidad, en los que me encerré en el Amor Amarillo para entender lo que me estaba pasando en plena crisis vocacional. Y quise compartir mi amor amarillo con el amor verde que encontré por aquel entonces. Y cómo luego de recitar cada verso del disco completo, mi amor verde de aquel entonces me dejo. Podría contar entonces las innumerables veces que narré la historia extraída de una entrevista de Telemusica en la que explicaba por qué Lisa se llamaba Lisa. De esa misma época es la crítica común que recibían mis escritos "Podríamos definir tu estilo como... ¿Cerático? ¿Ceratiano? Como sea: Escribes canciones de Cerati." Por entonces una frase devastadora y dolorosa, que ahora que no sé bien dónde dejé tirado a ése que habitaba en mí, es todo un antiguo orgullo. También podría volver al reconfortante sentimiento que generaba Bocanada en mí, mientras mis últimos años de irresponsabilidad se consumían entre humo azul. O la historia de cómo en una misma Navidad recibí tres veces Siempre es Hoy. Y las tres veces dije "¡Justo lo que quería!", mientras recordaba la frase clásica, esta vez pronunciada por Kevin Spacey en La Vida de David Gale "Lo malo de desear algo, es que puede convertirse en realidad". Por tres.
Podría también narrar mi obsesión fallida por hacerme un traje como el de 11 Episodios Sinfónicos, y la forma en que utilicé la versión de Persiana Americana de ese concierto para explicar cómo podríamos reinventar una marca sin tocar su ADN (blasfemia que hoy no me atrevería siquiera a sugerir). O cómo compré dos entradas para su último concierto en Lima (y el penúltimo de su vida, sin saber que lo sería) sin tener claro para quién sería esa segunda entrada, pues era una cábala que César y yo teníamos por entonces, y que nos llevó a conocer a personas muy interesantes.

Pero prefiero no hablar de ninguna de ellas, porque ya hablé de todas.

Sólo sé que cada vez que me he sentido molesto, luego de una gran discusión, he recibido a la oscuridad rezando una misma frase: "Turbante noche, sigo despierto y sé, que el diablo frecuenta soledades". Que cada vez que he sentido ganas de abandonarlo todo, me he repetido en voz alta "Pero a mi corazón todavía queda tanto por decir, no me voy. Me quedo aquí." Que cada vez que he disfrutado hasta el tuétano de mi trabajo he dicho "¿Para qué creer en el azar? Yo nací para esto". Pero aún así, todo queda corto.

Y es que la reseña de un artista no habita en el recuento preciso de los hechos de su historia, sino en las ramificaciones de sus letras, sus acordes y sus ideas en cada uno de sus seguidores, admiradores, fanáticos. Y hasta detractores. Así, la historia no tiene fin. Y trasciende al ser humano, porque el artista es una creación colectiva, que no le pertenece a nadie. Ni le pertenece al artista. Así, Gustavo Cerati nos pertenece a todos. Y podríamos decirle a la muerte tantas cosas, pero al final quizás sólo bastaría con el silencio, para saber que a nuestro amor nunca podrán sacarlo de raíz.