3 de agosto de 2015

En defensa de la Tristeza

Luego de leer los cientos (sí, cientos) de comentarios positivos sobre la película IntensaMente (Inside Out) de personas tan diversas, decidí verla por curiosidad, cosa que no ha pasado con la mayoría de películas de Pixar, de las cuales me confieso - orgullosamente - un casi completo desconocedor.
Al terminarla, me quedé con una sensación de reivindicación  inmensa: Tristeza no solamente había resultado la co-protagonista de la película (como lo ha sido en la vida real para algunos de nosotros), sino que también resultó siendo la clave para un final... Feliz.

Sabemos que la lectura de la ficción - al igual que con la realidad -  depende en gran medida del perceptor, por lo que mi mirada sesgada puede ser muy distinta a la de cualquier otra persona. Pero me resulta inevitable sentir gusto al ver finalmente en una película de tipo familiar que la tristeza no es desterrada como pre requisito para el desenlace. Y es que las emociones no pueden renunciar, como le dicen a Temor cuando quiso salir corriendo al ver que las cosas iban mal. A lo que debo agregar que nosotros tampoco podemos renunciar a nuestras emociones.
Para explicar de manera sencilla el funcionamiento emocional en un taller que no tiene como núcleo el tema, suelo usar la metáfora computacional. Al menos a mí me sirve. Llegamos con contenido pre-cargado, que opera así no queramos, y que - a diferencia de la música de U2 que un buen día invadió todos los iPhones - no podemos eliminar, anular o desactivar. ¿Por qué? Por una razón sencilla: Son elementos clave de nuestro "sistema operativo" (cosa que no sucedía con la música de U2). Garantizan nuestro funcionamiento. Y nuestra identidad.
Como usuario inculto, debo aceptar - y espero no ser el único por aquí - que en una temprana ocasión observé algunos procesos corriendo en mi computadora de aquel entonces y me dije "esto debe ser lo que hace lenta a mi compu..." Cerré todo lo que tenía nombre extraño, y me animé a borrar los más sospechosos. La computadora no volvió a encender nunca más. Le eché la culpa al Y2K. Lo mismo ocurre con aquellas personas que desean deshacerse de la tristeza. Es una emoción primaria, es fundamental, y no podríamos prescindir de ella.


Pero claro, en esta sociedad que nos vende la felicidad como un combo que incluye sonrisa - carcajada - dinero - amor - salud - y un juguete a su elección, resulta imposible encontrarle un lugar a la tristeza. Y es el mismo problema que encuentro con algunos ex alumnos y "colegas" con los que discrepo por su excesiva tendencia hacia la máscara sonriente. También ocurre con coaches, facilitadores y oradores que te piden que te sacudas la tristeza, que la destierres de tu vida, que la decisión es tuya. Igual con las publicaciones de Facebook de cada mañana. Me animo a hacer una pequeñísima lista de frases que he leído en estos últimos días, con mi respectivo comentario:

  • "Antes de explicar por qué estoy triste, prefiero fingir una sonrisa". Luego, el valor adaptativo de la tristeza, la que consigue que se teja una hermosa red de soporte social alrededor tuyo, o al menos un abrazo, se esfuma. Pero bueno, sé "valiente".
  • "Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te permitirán ver las estrellas". El sol es una estrella, ya la viste. Se fue el sol. Lloras. Luego vuelve a salir, y aprender a guardar lágrimas para situaciones más oportunas. Aprendes. Lloras y aprendes.
  • "Tu amor sólo me ha traído... Lágrimas." Uno es dueño de sus propias emociones y sus respectivas expresiones. Lo que trae las lágrimas es la interpretación de la relación, que se transforma en tristeza, y ésta en lágrimas. La otra persona poco tiene que ver en este proceso, que es interior. Deja de culpar al otro.
  • "La vida es como un espejo: Te sonríe si la miras sonriendo". Desde esta lógica, si estás triste, la vida te mira con tristeza. Pero, ¿saben? cuando he estado triste es cuando la vida más me ha sonreído. ¿Cómo haríamos?

Y podría seguir, pero creo que el punto ya está claro. Desde una función liberadora hasta la básica promoción de la adaptación, los beneficios de la tristeza son amplios. Claro, como todo en esta vida, tiene un precio, que cada uno debe decidir si está dispuesto a pagar (para mayor detalle, recomiendo leer Sadness and Grief, un comprensivo capítulo elaborado por Bonanno, Goorin y Coifman para la tercera edición del Handbook of Emotions)

En conclusión:
Feliz tristeza para todos, y al próximo que te diga "¡Cambia esa cara!" respóndele "Yo no te pido que hagas nada con la tuya. Respetos guardan respetos..."


4 de septiembre de 2014

A merced

He cambiado el inicio de estas líneas más de una docena de veces. Y es que este breve e impreciso anecdotario queda corto para todo lo que podría decir al respecto. Podría ir hasta mi casette de La Más Más del '87 (canjeado con cojines de shampoo) y el Mix Soda, que escuché hasta que la cinta cedió al punto de convertirse en una versión más oscura y decadente de la ligereza de aquellos años. Podría remontarme a mis primeros meses de universidad, en los que me encerré en el Amor Amarillo para entender lo que me estaba pasando en plena crisis vocacional. Y quise compartir mi amor amarillo con el amor verde que encontré por aquel entonces. Y cómo luego de recitar cada verso del disco completo, mi amor verde de aquel entonces me dejo. Podría contar entonces las innumerables veces que narré la historia extraída de una entrevista de Telemusica en la que explicaba por qué Lisa se llamaba Lisa. De esa misma época es la crítica común que recibían mis escritos "Podríamos definir tu estilo como... ¿Cerático? ¿Ceratiano? Como sea: Escribes canciones de Cerati." Por entonces una frase devastadora y dolorosa, que ahora que no sé bien dónde dejé tirado a ése que habitaba en mí, es todo un antiguo orgullo. También podría volver al reconfortante sentimiento que generaba Bocanada en mí, mientras mis últimos años de irresponsabilidad se consumían entre humo azul. O la historia de cómo en una misma Navidad recibí tres veces Siempre es Hoy. Y las tres veces dije "¡Justo lo que quería!", mientras recordaba la frase clásica, esta vez pronunciada por Kevin Spacey en La Vida de David Gale "Lo malo de desear algo, es que puede convertirse en realidad". Por tres.
Podría también narrar mi obsesión fallida por hacerme un traje como el de 11 Episodios Sinfónicos, y la forma en que utilicé la versión de Persiana Americana de ese concierto para explicar cómo podríamos reinventar una marca sin tocar su ADN (blasfemia que hoy no me atrevería siquiera a sugerir). O cómo compré dos entradas para su último concierto en Lima (y el penúltimo de su vida, sin saber que lo sería) sin tener claro para quién sería esa segunda entrada, pues era una cábala que César y yo teníamos por entonces, y que nos llevó a conocer a personas muy interesantes.

Pero prefiero no hablar de ninguna de ellas, porque ya hablé de todas.

Sólo sé que cada vez que me he sentido molesto, luego de una gran discusión, he recibido a la oscuridad rezando una misma frase: "Turbante noche, sigo despierto y sé, que el diablo frecuenta soledades". Que cada vez que he sentido ganas de abandonarlo todo, me he repetido en voz alta "Pero a mi corazón todavía queda tanto por decir, no me voy. Me quedo aquí." Que cada vez que he disfrutado hasta el tuétano de mi trabajo he dicho "¿Para qué creer en el azar? Yo nací para esto". Pero aún así, todo queda corto.

Y es que la reseña de un artista no habita en el recuento preciso de los hechos de su historia, sino en las ramificaciones de sus letras, sus acordes y sus ideas en cada uno de sus seguidores, admiradores, fanáticos. Y hasta detractores. Así, la historia no tiene fin. Y trasciende al ser humano, porque el artista es una creación colectiva, que no le pertenece a nadie. Ni le pertenece al artista. Así, Gustavo Cerati nos pertenece a todos. Y podríamos decirle a la muerte tantas cosas, pero al final quizás sólo bastaría con el silencio, para saber que a nuestro amor nunca podrán sacarlo de raíz.

15 de junio de 2014

Los dos solos...

Entro a casa sin hacer demasiado ruido (es imposible no hacer ruido con la maleta y los zapatos y demás). El avión tuvo un ligero retraso, pero ya estoy de vuelta. Un día subirás a un avión y quizás te guste tanto como a mí. O más. Duermes y eso es bueno. Al menos eso significa que la tos no te está molestando en esta noche semi húmeda que hace un poco más lenta la mejoría de tu resfrío. Por ese resfrío fuimos a la clínica hace un par de días, ¿recuerdas? Mamá dudó casi una docena de veces antes de darse por vencida. Iríamos tú y yo solos, y eso a algunas madres les causa cierta tensión, que va de la inquietud al pánico. Pero era una cita inesperada, y mi agenda ese día, extrañamente, era mucho más flexible que la suya, así que no le quedó más remedio que aceptar.
Fuimos por las calles conversando. Buscamos un estacionamiento en la avenida de las clínicas y los parqueos llenos. Lo encontramos. Bajamos con cuidado, cruzamos, buscamos, llegamos. Entonces me di cuenta que no éramos parte de la escena habitual: Una sala llena de niños pequeños con mamás, nanas, abuelas, abuelos... Era hora de trabajar, no esperábamos encontrar a un papá por allí, ¿o sí? Aparecieron dos, pero más tarde, y bien resguardados por las chicas de mandil o batita, que no entendemos bien por qué los usan. Uniforme, le llaman.
Y allí empezó la secuencia de preguntas: La secretaria de recepción, su compañera, la enfermera que te pesó, la señora con la que compartimos asiento. Todas como confabuladas pronunciaron las mismas palabras: "¿Han venido solos?" Entre extrañeza y sorpresa, entre intriga y espanto. 
Conversamos, paseamos, nos quitamos los zapatos y nos metimos a la zona de juegos, y acabaste en la piscina de pelotas. Aparentemente era un territorio inexplorado por padre alguno, y me sentí orgulloso de colonizar descalzo la tierra - la espuma de goma en realidad - de los juegos. Los dos papás que llegaron luego no quisieron deshacerse de sus zapatos, y cedieron su lugar a las chicas de mandil o batita. Nos llamaron. Conocimos a tu nuevo doctor. Y nos hizo la misma pregunta, pero con mayor insistencia: "¿Han venido los dos solos? ¿Sólo los dos? ¿Ustedes dos y nadie más?" Luego de nuestras tres afirmaciones, llegó lo inesperado: "¡Lo felicito!"
Y me quedé con mil preguntas dándome vueltas en la cabeza: ¿Tan extraña es la escena de un padre y un hijo solos? ¿Tan raro es que un padre se tome la tarde para ir con su hijo al doctor? ¿Tan impensable es querer estar a solas con tu hijo y salir con él? 
Entonces comprendí que hay una poco práctica estructura de pensamiento que deberíamos romper. ¿No crees? Porque va contra ese vínculo que existe entre nosotros dos, contra esos momentos que nos contaremos y sólo nosotros comprenderemos, contra esos secretos que nos volverán cómplices, si así lo quieres.
Yo quiero más de eso. Y estoy feliz de haberme arriesgado a salir contigo. Para serte honesto - y aprovechando que mamá duerme - te diré en secreto que también estaba un poco preocupado. Pero cuando te olvidas de eso, todo es más fácil. ¿O no?
En fin. Me voy a dormir que ha sido un día largo, y en unas horas tendremos que pasear a dar y recibir saludos. Pero antes iré a tu cuna a darte las gracias, porque hiciste que hoy sea mi día. Y yo te lo quiero regalar.