15 de junio de 2014

Los dos solos...

Entro a casa sin hacer demasiado ruido (es imposible no hacer ruido con la maleta y los zapatos y demás). El avión tuvo un ligero retraso, pero ya estoy de vuelta. Un día subirás a un avión y quizás te guste tanto como a mí. O más. Duermes y eso es bueno. Al menos eso significa que la tos no te está molestando en esta noche semi húmeda que hace un poco más lenta la mejoría de tu resfrío. Por ese resfrío fuimos a la clínica hace un par de días, ¿recuerdas? Mamá dudó casi una docena de veces antes de darse por vencida. Iríamos tú y yo solos, y eso a algunas madres les causa cierta tensión, que va de la inquietud al pánico. Pero era una cita inesperada, y mi agenda ese día, extrañamente, era mucho más flexible que la suya, así que no le quedó más remedio que aceptar.
Fuimos por las calles conversando. Buscamos un estacionamiento en la avenida de las clínicas y los parqueos llenos. Lo encontramos. Bajamos con cuidado, cruzamos, buscamos, llegamos. Entonces me di cuenta que no éramos parte de la escena habitual: Una sala llena de niños pequeños con mamás, nanas, abuelas, abuelos... Era hora de trabajar, no esperábamos encontrar a un papá por allí, ¿o sí? Aparecieron dos, pero más tarde, y bien resguardados por las chicas de mandil o batita, que no entendemos bien por qué los usan. Uniforme, le llaman.
Y allí empezó la secuencia de preguntas: La secretaria de recepción, su compañera, la enfermera que te pesó, la señora con la que compartimos asiento. Todas como confabuladas pronunciaron las mismas palabras: "¿Han venido solos?" Entre extrañeza y sorpresa, entre intriga y espanto. 
Conversamos, paseamos, nos quitamos los zapatos y nos metimos a la zona de juegos, y acabaste en la piscina de pelotas. Aparentemente era un territorio inexplorado por padre alguno, y me sentí orgulloso de colonizar descalzo la tierra - la espuma de goma en realidad - de los juegos. Los dos papás que llegaron luego no quisieron deshacerse de sus zapatos, y cedieron su lugar a las chicas de mandil o batita. Nos llamaron. Conocimos a tu nuevo doctor. Y nos hizo la misma pregunta, pero con mayor insistencia: "¿Han venido los dos solos? ¿Sólo los dos? ¿Ustedes dos y nadie más?" Luego de nuestras tres afirmaciones, llegó lo inesperado: "¡Lo felicito!"
Y me quedé con mil preguntas dándome vueltas en la cabeza: ¿Tan extraña es la escena de un padre y un hijo solos? ¿Tan raro es que un padre se tome la tarde para ir con su hijo al doctor? ¿Tan impensable es querer estar a solas con tu hijo y salir con él? 
Entonces comprendí que hay una poco práctica estructura de pensamiento que deberíamos romper. ¿No crees? Porque va contra ese vínculo que existe entre nosotros dos, contra esos momentos que nos contaremos y sólo nosotros comprenderemos, contra esos secretos que nos volverán cómplices, si así lo quieres.
Yo quiero más de eso. Y estoy feliz de haberme arriesgado a salir contigo. Para serte honesto - y aprovechando que mamá duerme - te diré en secreto que también estaba un poco preocupado. Pero cuando te olvidas de eso, todo es más fácil. ¿O no?
En fin. Me voy a dormir que ha sido un día largo, y en unas horas tendremos que pasear a dar y recibir saludos. Pero antes iré a tu cuna a darte las gracias, porque hiciste que hoy sea mi día. Y yo te lo quiero regalar.
 

No hay comentarios: