4 de diciembre de 2007

Desde la mente de un Húsar de Junín


En 1924, luego de un brillante despliegue de valentía y coraje, Simón Bolivar decidió cambiar el nombre de "Húsares del Perú" a "Húsares de Junín", como el recuerdo eterno del poder que hace capaz convertir una derrota en victoria. Y como parte de ese recuerdo, hasta nuestros días, los Húsares de Junín utilizan sus clásicos uniformes, que le agregan colorido a nuestra Plaza de Armas. Vigilantes indescansables de las puertas de Palacio de Gobierno, son parte de mis primeros recuerdos de infancia, cuando pasear cerca de ellos era suficiente para hacer que el viaje de cerca de una hora en un micro repleto valga la pena, e incluso justifique el viaje de vuelta. Por aquel entonces pensaba que se tratada de uno de los mejores trabajos del mundo: Ser reconocido y saludado por todos, "vivir" en la Plaza de Armas, poder disfrutar de la vista, de las familias, de las parejas, de los transeuntes.


25 años más tarde, me pregunto si la percepción que tenía en aquel entonces sigue siendo la misma. ¿Qué se sentirá ser un Húsar de Junín? No puedo negar mis deseos de, como en la película, poder encontrar una puerta secreta que me conduzca a la mente de uno de ellos, aunque luego me expulse a un lado de alguna carretera cercana. ¿Será así de fascinante como lo imaginaba entonces, o, por el contrario, será decepcionantemente aburrido?


¿Qué pasará por la mente de un Húsar de Junín mientras realiza su guardia, inmóvil, mirando ese armónico caos llamado centro de Lima? ¿realmente lo verá? ¿O habrá aprendido a cerrar los ojos teniéndolos abiertos, y entregarse al peligros ejercicio de fantasear? ¿Pensará en los problemas de la casa, en las cuentas, en las buenas intenciones de sus vecinos, en la mujer a la que aún no se atreve a hablarle? ¿Habrá inventado algún juego para sí, que no podrá compartir con los demás, sino hasta que pueda recuperar la movilidad? ¿Contará a todas las personas que utilizan ropa amarilla? ¿Buscará las peculiaridades de los visitantes accidentales de su gran patio delantero, como una barba extremadamente largo, unos cabellos azulados, una tonalidad inusualmente parduzca de piel? ¿Memorizará las rutinas de las personas habituales, y tratará de anticipar los acontecimientos, sintiendo por un segundo que puede controlar el mundo que lo rodea? ¿Envidiará a ese otro que camina delante de él y tratará de cambiar de posición, aunque sea por un instante, aunque luego, como en la película, sea expulsado a un lado de alguna carretera cercana?


No lo sabemos. Quizás únicamente podamos desprender dos cosas ciertas: La primera, que dada la velocidad que le imprimimos a nuestras vidas, quizás deberíamos proponernos ponernos de pie, cuidando aquello que honramos, con la promesa de defenderlo a muerte de ser necesario, y mantenernos así, quietos, al menos durante una jornada, mientras nuestra mente se echa a volar. La segunda es más simple: Lo mejor sería preguntar a uno de esos personajes a qué le dedican su tiempo y acabar con tanta especulación, pero ¿acaso seguimos creyendo ingenuamente que la verdad nos hará felices?


1 comentario:

Paola Benavides dijo...

Este sí me parece muy bueno.
Has estado viendo "Cómo ser John Malkovich", no?