6 de octubre de 2008

En medio del ruido habitual de una sesión de caso

En estos momentos, frente a mí, 35 personas conversan en voz alta. Están resolviendo un caso en el que, a partir de sus decisiones, podrían llevar una empresa a la ruina. O hacerla crecer. Las 35 personas se han tomado muy en serio el rol de personajes clave de sus respectivas instituciones inexistentes, y en estos momentos discuten sobre las implicancias de cada uno de sus próximos pasos. Este es el momento perfecto para equivocarse, pues lo que hagan en el papel, quedará en el papel. Y será objeto de discusión, de análisis, de conclusión, incluso de calificación, pero nunca de reproche, culpa o vergüenza.

En estos momentos, mientras mis 35 se esfuerzan por dar la respuesta más cercana a lo correcto (que saben, por principio, que no existe, pues lo correcto y lo incorrecto son categorías inútiles cuando las variables externas son infinitas), me pregunto por qué tenemos espacios para aprender a tomar decisiones empresariales y no decisiones de vida. ¿Quién nos enseña a aprender a decir hasta luego y no adiós? ¿Quién nos muestra el verdadero costo de perder una amistad? ¿Quién nos conduce a no elegir a la persona equivocada para construir nuestras vidas, y evita que nos precipitemos al fracaso? ¿Dónde aprendemos a plantear escenarios posibles y reflexionar intensamente en torno a ellos? ¿Dónde a mirar en perspectiva y desde fuera de nosotros mismos? ¿Dónde a pensar en los involucrados y el real impacto en ellos?

No existen escuelas de simulación para la vida. Y si las hay, ¿serán efectivas? ¿Es que realmente la simulación garantiza el aprendizaje para lo que no estamos seguros que vendrá? ¿Tendremos mejores alternativas de supervivencia, o al menos la esperanza de una mejor calidad de vida? Recuerdo a Charly García en Desarma y sangra, diciéndome al oído que “no existe una escuela que enseñe a vivir”.

El tiempo acaba de concluir. Los 9 equipos en los que se han dividido mis 35 ya están listos para darme sus respuestas. Y, en medio del ruido habitual, no volveré a estar seguro de la mejor respuesta.

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